El sol de la mañana apenas se filtraba a través de las cortinas gruesas de la habitación. Amatista abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso cálido de una manta sobre su cuerpo y el respaldo del sofá firme bajo ella. Parpadeó varias veces antes de girarse y observar a Enzo, quien dormía profundamente, su rostro relajado y enmarcado por mechones desordenados de su cabello oscuro.
Por un momento, lo miró en silencio. Enzo, el hombre que podía desatar su furia y su pasión en partes iguales, parecía tan vulnerable mientras dormía que le costaba asociarlo con el hombre dominante que había enfrentado la noche anterior. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios mientras apoyaba su mentón en sus manos, disfrutando de la rara paz en su rostro.
Después de unos minutos, los ojos de Enzo se entreabrieron, enfocándose lentamente en ella. Con una sonrisa ladeada, murmuró:
—¿Ya me observaste lo suficiente, gatita?
Amatista rio suavemente, ladeando la cabeza.
—No, pero habrá tiempo para seguir.
Él