Por la tarde la atmósfera en la sala principal del club estaba llena de una calma tensa. Enzo y Amatista, cada uno frente a su computadora, estaban absortos en la investigación sobre Diego. Aunque la pantalla de sus ordenadores no revelaba nada nuevo, ambos sabían que cada dato podría ser crucial para encontrar al hombre que seguía acechando desde las sombras. El silencio solo se rompió cuando el guardia Pérez, con el kit de diseño y los lápices en la mano, llegó a la sala. Enzo tomó el paquete y lo entregó directamente a Amatista, quien lo agradeció con una sonrisa ligera, sabiendo que los detalles de su trabajo no podían esperar.
Los socios, que tras una siesta volvieron a reunirse en la sala principal, no pudieron evitar lanzar bromas sobre la situación cuando vieron al guardia Ortega junto a otros miembros del personal luchando por bajar la cama rota por las escaleras.
—¡Ortega, cabrón! —exclamó Alan, divertido—. ¿Te está costando mucho? Parece que la cama todavía se resiste a sal