El sol brillaba suavemente mientras el auto avanzaba por las calles, rodeado por un paisaje que se transformaba poco a poco de edificios y tráfico a campos abiertos y árboles que proyectaban sombras sobre el camino. Dentro del vehículo, el ambiente era relajado, lleno de la calidez que compartían Enzo y Amatista en los pequeños momentos cotidianos.
Amatista, con el cabello aún húmedo tras la ducha, decidió hacerse una coleta para mantenerlo fuera del rostro. Alzó las manos y comenzó a recogerlo, dejando que dos mechones sueltos cayeran con gracia a ambos lados de su rostro. El movimiento fue natural, casi distraído, pero para Enzo, que la observaba de reojo, fue suficiente para que soltara un profundo suspiro.
—Gatita, ¿puedes dejar de distraerme con tu belleza mientras manejo? —dijo, su tono una mezcla de humor y sinceridad.
Amatista lanzó una carcajada suave, llevándose las manos a la cara en un gesto teatral de inocencia.
—¡No sé de qué hablas, amor! Solo estoy arreglándome un poco