La camioneta se deslizó suavemente por el camino de entrada de la Mansión Bourth, iluminada tenuemente por las luces del exterior. La noche había sido larga, llena de conversaciones, risas y confesiones, pero al final, tanto Amatista como Enzo sabían que lo mejor del día los esperaba en casa.
Los niños dormían profundamente en sus sillitas, con los rostros relajados y sus pequeñas manos aún cerradas en puños. Amatista los observó con ternura antes de suspirar.
—Fue un buen día —murmuró, con una sonrisa suave.
Enzo la miró de reojo y asintió.
—Sí, pero aún no terminó, Gatita.
Amatista rodó los ojos con diversión antes de desabrocharse el cinturón y bajarse de la camioneta. Con cuidado, sacó a Renata, acomodándola contra su pecho mientras Enzo hacía lo mismo con Abraham.
Caminaron en silencio hacia el interior de la mansión, subiendo las escaleras con la precaución de no despertarlos. La habitación de los niños, que compartían desde hacía algunos meses, tenía un ambiente cálido y acoged