El sonido del agua llenando la tina resonaba con un eco suave en la habitación de piedra. Las velas encendidas proyectaban sombras danzantes en las paredes, y el vapor comenzaba a cubrir los vidrios sucios de las ventanas, filtrando la luz con un resplandor cálido.Calia se movía en silencio, con la bata de lino pegada a su piel por el calor y el cansancio. Observaba de reojo a Aleckey, sentado en el borde de la cama, su pecho desnudo subiendo y bajando con respiraciones pesadas. A pesar del cuerpo imponente, de la fuerza que aún emanaba de cada fibra de su ser, su mirada seguía perdida, con aquellos ojos que antes fueron verdes, brillando ahora en un rojo sangre.—Ya está lista —murmuró, rompiendo el silencio. Se agachó a un lado de la tina, probando la temperatura del agua con el dorso de la mano—. Te hará bien.Aleckey la observó. Sus ojos rojos brillaron como carbones encendidos, pero no se movió de inmediato. Gruñó bajo, apenas audible, y finalmente se puso de pie.Calia desvió l
El tercer amanecer desde que Aleckey volvió a su forma humana trajo algo nuevo al convento: silencio… pero de ese que precede la tormenta.Durante esos días, el rey alfa no había regresado del todo. Dormía en la habitación de Calia, a veces sobre una manta en el suelo, otras sobre la piedra fría cuando se despertaba sobresaltado. Ella insistía en que durmiera en la cama, pero él, en su estado aún salvaje, se negaba. Solo aceptaba su cercanía cuando lo bañaba, lo alimentaba y cuando, con voz dulce, le hablaba como si todo no estuviera destruido.La mañana del tercer día, Aleckey se levantó sin que ella lo llamara. Se vistió sin su ayuda, y cuando salió de la habitación, lo hizo por voluntad propia. Caminó con pasos firmes por los pasillos del viejo convento. Su cuerpo aún dolía desde la transformación a humano, su mente era un campo de batalla, pero ya podía sostenerse… y hablar.Todos estaban reunidos en la sala principal. La madera crujía, y el aire estaba denso de tensión y expectat
—Tybalt… aún llevas tu pulserá de luna.Tybalt levantó la vista con una leve sonrisa.—Nunca la dejaría de utilizar, Aleckey. Es una promesa de leatad eterna, sin importar las circunstancias. —Un murmullo se extendió entre los guerreros y betas presentes. La tensión bajó como una ola, aunque nadie bajó la guardia. Aún quedaban muchas manadas por visitar. Muchas pruebas por superar, Tybalt se puso de pie, se acercó y le tendió la mano al antiguo rey. Aleckey la tomó con fuerza. —Tengo habitaciones listas para ti y tus acompañantes. Mañana haremos un banquete, es necesario celebrar la llegada de sus majestades, como parte de la tradición.Aleckey solo asintió. Su mirada se desvió brevemente a Calia, que se mantenía a su lado, y luego al vientre apenas visible bajo su capa. Un leve gruñido gutural escapó de su pecho, solo para ella.—Gracias, viejo amigo —dijo Aleckey—. Te recuerdo que la guerra se acerca… y que si estoy aquí es para buscar tu ayuda.Tybalt asintió, serio.—Entonces sabe
Draven se marchó como había llegado: con arrogancia. Su guardia lo escoltaba por el sendero serpenteante entre los árboles, y su capa ondeaba detrás de él como si el viento mismo le temiera. No miró atrás, confiado en que sus palabras habían surtido el efecto deseado. Sitara lo observó desaparecer, el rostro impasible, los brazos cruzados y la espalda recta como una estatua de piedra.A su lado, Roan no pudo contenerse más.—¿De verdad vas a seguirlo? —preguntó con voz baja, pero firme. No había reproche aún, solo duda, preocupación. En su pecho, el corazón latía fuerte. Necesitaba creer que Sitara era más que una líder salvaje hambrienta de poder.Ella no se giró al principio. Mantuvo los ojos fijos en el horizonte hasta que los últimos ecos de las pisadas de Draven se desvanecieron. Luego exhaló lentamente y lo miró de reojo.—¿Y si te dijera que sí? —susurró con una media sonrisa peligrosa.Roan la miró con dureza. No era una amenaza, era una súplica disfrazada de advertencia.—Ent
El silencio en la habitación de huésped se había llenado con los suspiros entrecortados y el crujido de la cama. La respiración de Calia aún temblaba mientras se encontraba tendida entre los brazos de Aleckey, el calor de sus cuerpos fusionados brindándole seguridad a la luna.Aleckey no dijo nada al principio. Solo descendió con lentitud, dejando una cadena de besos suaves sobre el vientre desnudo de su luna. Sus labios tocaban esa piel con cariño, como si cada roce fuera una promesa de su amor. Sus dedos, tan rudos en momentos de pelea, se movían ahora con una delicadeza que estremecía a Calia. Se detuvo justo sobre el lugar donde escuchaba el latido más pequeño, más sagrado, y cerró los ojos.—Míos —gruñó, casi en un susurro ronco, con una voz que llevaba dentro todo lo que alguna vez creyó perdido. Volvió a subir, cubriéndola con su cuerpo, sin agobiarla, sino como un escudo viviente. La envolvió entre sus brazos, pegándola a su pecho mientras sus dedos se entrelazaban sobre su ci
Aleckey alzó el rostro, olfateó el aire y echó a andar con pasos seguros. Su mirada se fijó en el oeste.—Hay un lago no muy lejos —murmuró—. Si no me equivoco, todavía debe estar oculto entre los sauces. Lo usábamos como punto de descanso en las antiguas cacerías.Calia lo observó de reojo mientras limpiaba una herida leve en el antebrazo de una de las guerreras. El alfa todavía respiraba con pesadez, su piel cubierta de marcas y sangre ajena. No obstante, se mantenía firme, imponente.El grupo se puso en marcha, avanzando con cautela entre los árboles hasta que el bosque se abrió como un suspiro. Allí, la luz del anocheser se reflejaba sobre las aguas cristalinas de un lago escondido entre colinas cubiertas de niebla. Los árboles alrededor formaban una cúpula natural, y la paz del lugar contrastaba con la violencia vivida horas antes.—Aquí estaremos a salvo por esta noche —anunció Aleckey mientras se agachaba frente al lago y bebía con lentitud. Luego se giró su rostro hacia Calia—
La manada Suroeste era conocida por su fiereza y sus tradiciones antiguas, y su líder, Toren Blackbrook, por ser uno de los pocos alfas que podía mirar a Aleckey a los ojos sin inclinar la cabeza.Calia apretó los dedos sobre el pelaje rojizo del lobo que la llevaba. Sintió la rigidez en los músculos de Aleckey. Lo conocía lo suficiente para entender que algo no estaba bien.—¿Qué ocurre? —susurró, su voz rozando apenas la brisa.Las torres de piedra negra, empalizadas adornadas con huesos y banderas carmesí ondeaban al viento. Aleckey no respondió. Solo gruñó con fuerza, y cuando cruzaron el arco de entrada en el territorio de Toren, se detuvo en seco. El resto del grupo lo siguió, tensos, en formación.Allí estaba Toren.Un hombre enorme, de piel bronceada y torso desnudo cubierto de cicatrices. Su cabello oscuro caía en ondas salvajes hasta los hombros y sus ojos verdes tenían el filo de un cuchillo recién afilado. No sonrió. No saludó.Cruzó los brazos sobre su pecho y caminó haci
—Prométeme que no te perderás en esa oscuridad otra vez —susurró.Aleckey asintió, sin palabras. Luego colocó una mano sobre su vientre, acariciándolo lentamente con un ronroneo suave que nació en su garganta.—Este será el lobo que nos recordará por generaciones —dijo—. Y juro que nunca lo dejaré crecer en un mundo regido por un impostor.Calia cerró los ojos, escuchando los festejos, los cantos salvajes, los crujidos del fuego. Allí, en la tierra de los lobos más primitivos, con su lobo alfa restaurado y fuerte a su lado, supo que el final aún estaba lejos… pero cada paso los acercaba más a la victoria.—Debemos tomar un descanso —murmuró Aleckey en voz baja, ladeando el rostro hacia ella, quien asintió con una pequeña sonrisa y lo siguió dentro de la tiendas atrás de ellos, algo apartada del resto, con pieles gruesas extendidas en el suelo y una manta colgando como puerta. Aleckey la corrió con una mano y la dejó entrar primero.El interior era cálido, sencillo. Pieles suaves forma