Las noches se habían vuelto más frías desde que Aleckey dejó de compartir la cama con ella. Calia, sola en la inmensa habitación del rey alfa, se removía entre las pieles sin poder encontrar descanso. El espacio a su lado, vacío, parecía cada vez más grande y más cruel. Ni siquiera Jezebel se atrevía a hablarle. Su loba interna seguía distante, silenciosa, resentida por las decisiones que Calia había tomado… o quizás por las que aún no era capaz de tomar.
El viento soplaba con fuerza esa noche, colándose por los ventanales y meciendo las cortinas con un susurro que le hablaba a su soledad. Calia cerró los ojos con fuerza y apretó los puños contra su pecho. No era solo el frío, era el vacío. Uno que no había sentido ni siquiera en el convento, donde sus noches eran silenciosas, sí, pero nunca tristes. Nunca tan amargas como ahora.
Se sentó sobre la cama y observó la luna llena que brillaba imponente en el cielo. Su corazón se aceleró con el pensamiento de que quizás… solo quizás… Aleck