Capítulo 59

El jardín de la mansión estaba en su punto más hermoso con la luz del atardecer filtrándose entre los árboles y las enredaderas trepando con elegancia por las columnas de mármol. El aroma a lavanda y rosas flotaba en el aire, pero nada de eso calmaba la tormenta que se cernía sobre las dos mujeres que se encontraban allí.

Astrid observaba a Calia con el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre el pecho en un claro gesto de desagrado. Calia, por su parte, fingía indiferencia, aunque en su interior ardía la rabia por lo que le había hecho a una de las monjas.

—¿Sabes? Me arrepiento de haberte salvado —soltó Astrid con voz cortante.

Calia ladeó la cabeza, fingiendo una expresión confundida.

—¿De qué estás hablando?

Astrid soltó una risa seca y llena de amargura. Dio un paso adelante, acercándose lo suficiente para que sus ojos dorados brillaran con la intensidad de sus emociones reprimidas.

—Fui yo quien te sacó de aquella aldea cuando fue atacada —dijo con voz firme. —Yo te llevé
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