—Te haré la pregunta una última vez —gruñó Aleckey, su voz grave reverberando en la celda de piedra—. ¿Dónde se esconden? —El cazador escupió sangre al suelo y sonrió con la misma arrogancia de antes.
El hombre estaba cubierto de cortes y moretones, su cuerpo colgando pesadamente de las cadenas que lo sostenían en el aire.
—Vas a matarme de todos modos, ¿por qué debería hablar? —El alfa no respondió con palabras. En su lugar, avanzó y le propinó un golpe brutal en el rostro, haciendo que la cabeza del cazador cayera hacia un lado. Su mandíbula crujió con el impacto, pero el hombre soltó una risa ahogada. —¿Es lo mejor que tienes? —murmuró entre dientes rotos.
El rey alfa dejó escapar un gruñido bajo. Su lobo rugía dentro de él, exigiendo sangre, exigiendo destrucción. Y a pesar de que entre él y Calia todo estaba resuelto, la imagen de su sonrisa dirigida a otro macho no dejaba de atormentarlo. Era una imagen ardiente, grabada en su mente como una maldita burla que no podía ignorar. L