La noche era profunda y silenciosa cuando Aleckey sintió un tirón en su pecho. Abrió los ojos de golpe, jadeando, su cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. No estaba en su habitación. No estaba en ningún lugar que reconociera.
A su alrededor, un bosque denso se extendía bajo una luna enorme y sangrienta. Las sombras danzaban entre los árboles, moviéndose con un ritmo hipnótico. Un viento helado le erizó la piel, pero lo que verdaderamente lo hizo contener el aliento fue la figura frente a él.
Calia.
No era la misma mujer que conocía. No era la monja rebelde, ni la humana frágil que había tomado como su luna. Estaba de pie sobre una roca, sus ojos brillando con un tono dorado que rivalizaba con el suyo. Su cabello plateado se agitaba con el viento, y su piel parecía irradiar una energía vibrante, peligrosa.
Pero lo más impactante era lo que se formaba a su alrededor.
Su cuerpo tembló y, ante los ojos de Aleckey, su forma cambió. Su piel se desgarró, sus huesos se rompieron y acomod