—Bienvenidos —dijo Calia, con voz pausada, Briella sostuvo con fuerza la mano de su madre, mientras sus hermanos menores caminaba a su lado, aún tembloroso. —Soy Calia, madre de Zadkiel —se presentó, ellos enseguida agacharon un poco su cabeza en señal de respeto.
—Gracias por su hospitalidad, majestad —dijo la joven Briella a lo que Calia le dio una dulce sonrisa.
—Pasen, por favor. Están bajo nuestra protección.
Liam se mantuvo ligeramente atrás, con la mandíbula tensa y los ojos recorriendo cada centímetro del lugar.
Entraron.
Los jardines que rodeaban la mansión eran silenciosos, adornados por arbustos florecidos, estatuas antiguas y un lago artificial que brillaba bajo el sol de la tarde. En el aire flotaba un aroma a hierbas, piedra húmeda y la seguridad de un hogar construido para resistir.
Calia caminaba a su lado, sin interrogar ni presionar. A Briella le llamó la atención su presencia firme, como si la tierra misma le respondiera. Para ella la mujer era hermosa, con aquel ca