Capítulo 129

Al amanecer, cuando el cielo aún era una mancha naranja, con la promesa del inicio de un nuevo día, los cincuenta hombres se reunieron al borde del bosque. El aire era denso, cargado de la humedad de la bruma, que se arrastraba entre las raíces como una criatura viva. La tierra olía a musgo, a corteza mojada, con una tensión que se respiraba en cada pecho, que hacía vibrar cada músculo de los lobos allí presente.

Aleckey lideraba la marcha. Alto, imponente, vestido con pieles oscuras y la mirada tan firme como el acero que colgaba de su cintura. A su espalda, Andras y Alastair caminaban con paso resuelto. El primero, silencioso como un lobo al acecho; el segundo, con la trenza sobre la espalda ondeando al ritmo del viento, y esa cicatriz sobre la ceja que parecía brillar.

Nadie habló. No hacía falta. Los lobos se movían como una sola unidad, sincronizados por la formación que adoptaron desde jóvenes. Cada uno sabía por qué estaban allí. Cada uno conocía los nombres de los caídos, los
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