Capítulo 122

—Tú… —dijo con un hilo de voz áspera, al mismo tiempo que sonreía de forma torcida, Calia retrocedió instintivamente, colocando una mano sobre el coche de Zadkiel.

—Astrid… ¿qué haces aquí?

La mujer dio un paso hacia adelante, su cuerpo temblando. Sus ojos brillaban con un resentimiento tan feroz que parecían dos brasas encendidas. Su risa, seca y quebrada, resonó en los setos, rebotando como un eco maldito.

—¿Qué hago aquí? ¿Tú me lo preguntas? Después de lo que me hiciste, ¿te atreves a hablarme como si no supieras por qué vengo?

—Yo… yo no te hice nada —respondió Calia, manteniendo la voz lo más firme posible, aunque el corazón le latía con fuerza en el pecho.

—¡No me hiciste nada! —gritó Astrid, sacudiendo las manos—. ¡Tú robaste lo único que era mío! Me quitaste mi lugar, me lo arrebataste sin dudarlo. ¡Él era mío! ¡Era mío!

Calia sintió el sudor frío en la nuca. Tragó saliva. Sus ojos buscaron los caminos del laberinto. Estaban lejos de la mansión. Muy lejos para que alguien esc
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