El sol del amanecer se alzaba sobre los jardines colgantes de la Torre del Alba, un paraíso suspendido en el último piso de la torre de Elyra Meraki, Alfa del Noreste. Las fuentes de agua danzaban en sincronía mágica, rodeadas de flores azules que solo florecían al borde de la luz del día. Todo allí parecía perfecto.
Aleckey, caminaba por el sendero de piedra blanca flanqueado por estatuas de guerreros antiguos. Sus pasos eran seguros, poderosos. Llevaba una túnica negra abierta por el pecho, su cabello rojo recogido en una trenza que rozaba su espalda. Las cicatrices de batalla resaltaban como emblemas sobre su piel, pero no había dureza en su rostro, solo vigilancia.
Elyra lo esperaba apoyada en los barandales de su torre mirando todo su territorio desde lo alto, con una copa de vino oscuro en una mano. Su vestido negro entallado dejaba al descubierto su espalda y el tatuaje de un cuervo en vuelo, símbolo de su linaje. Sus ojos celestes brillaban con inteligencia calculadora.
—Llega