KAESAR:
Después de colocar la piedra en su lugar, me giré para ver a Otar ante la pregunta que me había hecho. Tenía a Kaela en sus brazos, y su marca brillaba. La tomé sin contestar; todavía no podía separarme de ella. Tenía que despedirme, llorarla hasta que no me quedara una lágrima más, hasta que todo el dolor que sentía se convirtiera en odio, porque sin mi Luna, no tenía nada más que me sostuviera.
Avanzamos en silencio, alejándonos cada vez más de los lobos que nos perseguían, hasta llegar a la cueva secreta de mi padre.—La dejaré aquí, Otar, pero déjame acompañar a mi Luna unas noches más. ¿De acuerdo? No te alejes; la estarán buscando por todas partes. Quizás encuentren la entrada al túnel. Por eso, dedícate a bloquear bien esa entrada. La volveremos a utilizar cuando vayKAESAR:Mis manos temblaban mientras recostaba a Kaela sobre el suelo rocoso. Mi corazón latía acelerado con la esperanza de que fuera eso, ¡tenía que ser eso! Kaela no podía dejarme solo. La necesitaba como el aire para respirar. La luz de las antorchas danzaba sobre su rostro, dándole un aspecto casi etéreo.—Dame el control, Kaesar, y deja que escuche su corazón. Puedo oír si en verdad está viva —me rogó Kian, pero yo no quería esperar.—Para despertarla, tienes que usar nuestra sangre, Kaesar.—La sangre de un Alfa Real puede despertar a otro —susurré, recordando las palabras exactas de Ridel—. Pero tiene que ser en el punto exacto.—En el nuestro, ya que somos pareja y la hemos marcado, tiene que ser en la marca del cuello —me recordó Kian—. Donde la reclamamos como nuestra Luna. Tienes que morder tu mu
KAELA:No podía creer que había sido salvada por Kaesar. Mi alegría era tanta que lo abrazaba una y otra vez con incredulidad, porque sabía que estuve a punto de ser enterrada o masacrada viva si él no hubiera intervenido. Tomé la mano de su Beta, Otar, y miré a los ojos a mi Alfa. Sonreímos en un asentimiento y dijimos el sortilegio que nos trasladó de inmediato al valle, justo donde mi Beta tenía a toda la manada reunida y temerosa de que hubiéramos desaparecido, dejándolos atrapados en una burbuja de tiempo mágica. Mi Beta corrió hacia mí de inmediato.—¿Qué sucedió, mi Luna? ¿Por qué no aparecieron antes? ¿Dónde está mi hijo, Ilán? —preguntó, lleno de temor.—Espera un momento, Rouf. Deja que tome aire y me siente —dije, sintiendo que las fuerzas me fallaban—.
KAELA: Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran. El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice ac
KAESAR: Mi lobo, Kian, no me dio tregua durante todo el día. Desde el amanecer, se retorcía con una inquietud que no lograba descifrar. Su urgencia crecía con cada minuto, impidiéndome concentrarme, mucho menos disfrutar de la cena que me había servido. Al final, me rendí. Me transformé, dejando que Kian tomara el control. La ventisca era cruel, la nieve caía con fuerza, cubriendo cada centímetro del bosque. Pero Kian corría con determinación, sin importarle el frío que cortaba como cuchillas ni las ramas que arañaban mi pelaje mientras pasábamos a toda velocidad entre los árboles. Sabía a dónde iba, aunque me costara admitirlo. Reconocía esa dirección. A cada zancada, la verdad se volvía más clara en mi mente: el refugio de la madre de Kaela. Mi respiración se agitó. ¿Había vuelto? ¿Después de tantos años buscando señales, podría ser cierto? El pensamiento me estremeció tanto que incluso Kian disminuyó su marcha un instante. Recordé aquel pacto con el Alfa Ridel, su padre. La
KAELA: Me arrastraban sin contemplación por el bosque nevado. Estaba atrapada; me habían colocado un collar de plata desde el momento en que me agarraron. Las lágrimas rodaban por mis mejillas al recordar la imagen de mi padre desangrándose sobre la nieve, con su mirada dorada fija en mí. Con cada paso que daba, la rabia crecía más intensa en mí. Laila, mi loba, luchaba por salir, pero el maldito collar no la dejaba. ¡Estaba atrapada! De pronto, un formidable rugido hizo temblar el bosque. Era un Alfa Real; lo conocía porque era igual al que recordaba de mi padre.—¿Y ese terrible gruñido? —preguntó un lobezno asustado.—Es uno que nadie quiere escuchar —respondió el jefe—. ¡Es un Alfa Real! —¿Y eso qué es? —preguntó de nuevo.—Una raza de lobos que no quieres conocer. ¡Deja de preguntar y corre! —El tirón en la cadena me hizo seguirlos. Otro rugido volvió a estremecer el bosque, más fuerte, más cercano. Lo sentí atravesar mi pecho como una llamarada en lo más profundo de mi ser.
KAELA: El collar de plata era más que un simple grillete; sentía cómo estaba absorbiendo mi esencia misma con cada minuto que pasaba en mi cuello, debilitándome. Y lo peor era que no dejaba que mi olor fuera percibido por otros. Mi compañero que me estaba buscando no podría encontrarme. Me habían traído al palacio del alfa Kaesar, mi prometido y asesino de papá. Por un instante, temí que me hubieran atrapado para otra cosa. —¡Más rápido, inútil! —me gritó la Delta Tara, jefa de la servidumbre, mientras yo fregaba el suelo del gran salón—. ¿Acaso piensas que tienes todo el día? El dolor en mis rodillas era constante, pero no levanté la cabeza. Un silencio pesado impregnaba la habitación cuando un par de tacones afilados resonaban con autoridad. —Esa es la Luna Artemia, madre del Alfa —susurró la omega Nina a mi lado. La Luna Artemia avanzaba con firmeza. Llevaba un vestido negro perfectamente ajustado que contrastaba con la perturbadora palidez de su piel, mientras sus ojos
KAELA: Me obligó a ponerme de pie. Parecía que el tiempo se ralentizaba. Cerré los ojos, evitando mirarlo, esperando que su garra destrozara mi garganta como hicieron con papá. Pero solo escuché un "clic" y luego el collar cayendo estrepitosamente al suelo. Mi respiración se detuvo, en algún lugar entre el pánico y el alivio, mientras la fría presión que había llevado durante tanto tiempo se desvanecía. El enorme hocico de Kian se hundió en mi cuello, y aspiró con todas sus fuerzas mientras yo rezaba aterrada. —Mi Luna… —ronroneó Kian. Antes de que pudiera reaccionar o siquiera escapar, sus brazos me envolvieron como grilletes peludos. Me apretó contra su pecho, y en un rápido movimiento, me alzó y entró en su habitación conmigo entre sus brazos, cerrando con un portazo. —Estás a salvo, mi Luna, estás a salvo —murmuró con una convicción que me pareció desconcertante. En ese instante, todo pareció oscurecerse. Estaba aterrada, todo era sombrío e imponente. Las paredes exu
KAELA: Lo miré, atrapada en ese torbellino de emociones que me provocó. La manera en que me había hablado removió mi alma. Buscaba desesperadamente el significado en su: “Lo siento mucho”. Su mirada me helaba la sangre y, al mismo tiempo, la hacía hervir, desatando una guerra en mi interior con solo sostenerle la mirada. Por eso guardé silencio. Quería saber más, necesitaba respuestas, pero no podía delatarme. A pesar del caos en mi interior, una certeza me mantenía firme: si Kaesar estaba involucrado en la muerte de mi padre, lo descubriría. No importaba cuánto tiempo me tomara, cuánto doliera o lo que tuviera que hacer. —No me dijo que venías… —agregó finalmente, sin comprender mi actitud—. Te hubiese buscado yo mismo, Kaela. Quise decir algo, preguntar directamente, pero la fuerza me abandonó. Estaba tan dolida por todo. Quería gritarle, exigirle respuestas, pero lo único que salió fue un sollozo. Papá había hecho muy mal en enviarme lejos y hacerme vivir entre los humano