KAESAR:

De pie en lo que parecía ser el mismo corazón del mundo, Kaela y yo observamos el escenario que nos rodeaba. Este no era un lugar cualquiera; era una convergencia de fuerzas antiguas, un sitio donde el bien y el mal se miraban cara a cara desde el inicio de los tiempos. Las sombras cubrían el cielo como un manto asfixiante, impidiendo que la luz natural del sol o las estrellas iluminara el campo de batalla. El aire era pesado, cargado de una oscuridad viva que parecía tener voluntad propia. Podías escuchar el leve murmullo de voces incorpóreas, gritando desde las entrañas del abismo.

A nuestro alrededor, enormes árboles marchitos se alzaban como figuras espectrales. Sus ramas retorcidas parecían brazos alzados al cielo, congelados en medio de un lamento eterno. Desde ellos fluía una savia negra y espesa que caía al suelo, formando charcos venenosos que hervían suavemente. El suelo estaba cubierto de una mezcla de tierra agrietada y raíces podridas, iluminado tenuemente por hil