ARTEMIA:
Mis piernas flaquearon, pero no caí. La fuerza de Liva se mezclaba con mi miedo, creando un caos tan poderoso que me obligaba a mantenerme en pie. El hombre lobo frente a mí me observaba con detenimiento, cada centímetro de mi cuerpo evaluado a través de ojos implacables.
—Ese veneno... —murmuró, apartando la mirada del frasco por un segundo para fijarla en mí—. ¿Por qué confiarías en alguien como yo para entregarlo?—No confío en ti —respondí casi al instante, con la frialdad que sabía utilizar muy bien. El peso del frasco en mis manos, y con él el recuerdo de mi desgracia, me daba la fuerza para proponerle ser mi compañero. —Pero no tengo otra opción. Tú tampoco. Vi cómo su pecho se alzaba y descendía con una respiración contenida. La luna iluminaba las cicatrices en su pi