119. LA INCREDULIDAD DE KAESAR
KAELA:
Kaesar parecía en shock. Su rostro, normalmente firme y decidido, estaba teñido de incredulidad. Pero no había tiempo para dudas. Las paredes de la cueva parecían crujir con cada paso de la criatura, y el aire se llenaba de un hedor acre, como si la propia oscuridad se hubiera impregnado en la piedra.
—¡Kaesar, muévete! —grité, tirando de su brazo con todas mis fuerzas.
Finalmente reaccionó, pero el dolor en su mirada era casi palpable. Lo entendía. Era difícil aceptar que alguien que debía protegernos pudiera haberse convertido en la amenaza. Su madre, la poderosa Alfa que él había venerado toda su vida, ahora nos acechaba como un lobo oscuro, consumido por la magia prohibida.
Corrimos juntos hacia la salida, pero los rugidos no cesaban, y las sombras parecían extenderse más rápido de lo que nuestras piernas podían avanzar. Nina iba por delante, su daga desenvainada, buscando abrirse paso hacia la luz. Pero el túnel se hacía cada vez más estrecho, y la presión en mi pecho era