KAESAR:
Mi voz resonó en el aire como un rugido lleno de furia y desesperación. La escena frente a mí era un nudo caótico de emociones y confusión. Artea yacía en el suelo, con ambas manos aferradas a su garganta, como si algo invisible la estuviera estrangulando. Su rostro estaba pálido y sus ojos, desorbitados, miraban con una mezcla de incredulidad y agonía hacia mi madre.
Mamá se giró hacia mí, petrificada al verme allí de pie, y reconocí en su mirada algo que jamás había visto antes: miedo. No hacia mí, sino hacia lo que acababa de hacer. —¡No querías que ella hablara, pero esto es peor! —mi tono era una mezcla de rabia y decepción mientras daba un paso hacia ella, sin saber si ir a ayudar a Artea o enfrentar a la mujer que decía protegerme. —¡No lo entiendes, Kaesar! —dijo mi