Las maletas estaban abiertas sobre la cama, medio llenas de ropa, documentos y billetes. El ambiente olía a perfume caro, rabia mal contenida y miedo.
Valeria lanzaba ropa al interior de su maleta con violencia. Fernando cerraba la laptop, desde donde había hecho la última transferencia.
—¿Sabes qué? —soltó ella, sin mirarlo— Me equivoqué contigo.
Fernando la miró, apretando la mandíbula.
—No es momento para reproches, Valeria.
—Me equivoqué desde el principio. Me dejé influenciar por mi padre, por sus planes, por sus prejuicios… —Se giró, fulminándolo con la mirada—. Pensé que eras una apuesta segura. Pero resultaste ser una ruina.
—¿Y tú crees que yo no aposté también? —espetó él, dando un paso al frente—. Creí que contigo, por fin, sería parte de algo que valiera la pena. Pensé que juntos podíamos construir un imperio… Pero nunca dejaste de mirar hacia Gonzalo.
El nombre cayó como una bomba. Valeria no respondió de inmediato. Solo bajó la mirada por un instante.
—Tú sabías desde el