El ascensor se abrió con su habitual zumbido, pero Clara apenas lo oyó. Sus tacones resonaban con fuerza sobre el suelo brillante del hall, como si su sola presencia fuera una amenaza. El lunes no había hecho más que comenzar, y ya se sentía como si caminara hacia su ejecución.
El corazón le latía con fuerza. No sabía si iba a encontrarse con silencio, con miradas esquivas… o con algo peor. Pero no iba a esconderse. No otra vez.
Cuando llegó a su escritorio, una sensación extraña le recorrió la espalda. Su ordenador estaba encendido. El fondo de pantalla brillaba con una intensidad inusual. Frunció el ceño. Siempre lo apagaba al irse. Lo primero que pensó fue en Gonzalo. ¿Había estado ahí buscando algo? ¿O vigilándola?
Se acercó con cautela. Nada parecía haber sido movido. Pero el historial reciente estaba vacío. Completamente. Como si alguien hubiera querido borrar sus huellas.
Se sentó, encendió su taza térmica y fue hacia la máquina de café. El pasillo estaba inusualmente silencioso