—¿Qué sabes de Mateo? —preguntó Martina, mientras pellizcaba distraídamente un cupcake —. Lleva como tres días sin escribirme.
Clara levantó una ceja.
—¿Tú no habías dicho que lo vuestro fue solo un revolcón ocasional?
—Y lo fue —replicó Martina, encogiéndose de hombros—. Pero ocasional no significa desechable.
—Claro, claro… —dijo Paula, levantando ambas cejas—. Por eso estuviste quince minutos mirando si había visto tu historia en I*******m.
—¡Eso fue pura curiosidad!
—Martina, cariño, te lo digo con todo el amor del mundo: estás pillada —dijo Clara, señalándola con la cucharita del té.
—No estoy pillada. Estoy… moderadamente interesada.
—¿Moderadamente interesada en su polla o en sus conversaciones profundas? —rió Paula.
—Su polla es un poema. Lo demás ya se verá —admitió Martina, soltando una carcajada.
En ese momento, Javier volvió a entrar con otra caja, sin saludar. Paula hizo un gesto teatral de desesperación y le sonrió con demasiada dulzura.
—Gracias, vecino. Eres un rayo de