Aunque era sábado y no se trabajaba, Gonzalo se despidió de Clara para ir a la oficina y pulir los últimos detalles de la campaña que presentarían el lunes al nuevo cliente.

Clara, después de una ducha rápida, decidió visitar a Paula, que le había escrito temprano con un mensaje urgente. Y cuando Clara le confesó que había pasado la noche con Gonzalo y que, además, él le había dado un tutorial sobre cómo usar los famosos pendientes, Paula no le dio opción: le ordenó que se presentara en la pastelería lo antes posible.

Al llegar, Martina ya estaba allí, con una taza de café y una sonrisa demasiado elocuente. En cuestión de segundos, la sometieron a un tercer grado.

—Tía, lo tuyo no es brillo facial, es resplandor postpolvo —espetó Paula, señalando descaradamente a Clara con una manga pastelera.

Martina soltó una carcajada mientras agitaba un saco de harina en el aire como si fuera confeti. Clara, entre divertida y avergonzada, se tapó la cara con ambas manos.

—¡Qué exageradas sois! —ref