Ella se irguió al instante, atrapada en la intensidad de su mirada.
—No pares… te lo suplico.
Entonces, Gonzalo introdujo un dedo dentro de ella, despacio, luego otro. Y volvió a inclinarse para continuar con su lengua lo que había empezado, mientras sus dedos marcaban un ritmo constante.
Cuando sintió que su cuerpo comenzaba a tensarse, le murmuró, contra su piel:
—Córrete para mí.
Y Clara lo hizo, entregándose al placer sin reservas. Se estremeció entre gemidos, temblando, y en medio del clímax, dijo su nombre.
Clara aún jadeaba, con el cuerpo temblando por las ondas de placer que aún recorrían su piel. Gonzalo la observó con una mezcla de adoración y deseo salvaje contenido. Le acarició el rostro con los nudillos, y luego desató, con paciencia, el lazo de la corbata.
Sus muñecas cayeron libres, y él las besó con suavidad, como si quisiera disculparse por la intensidad del momento… o tal vez agradecerle por confiar.
—Ahora me toca a mí —murmuró, y la alzó con cuidado en brazos.
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