Cuando Gonzalo despertó, estaba solo en la cama. A través de la puerta entreabierta llegaban los sonidos apagados de cubiertos entrechocando y Still loving you sonaba de manera distante.
Se sentó en el borde de la cama, se pasó una mano por el pelo revuelto, recogió sus zapatos y su saco, y salió de la habitación. En el salón, dejó sus pertenencias sobre el respaldo del sofá antes de dirigirse hacia la cocina.
—No quise despertarte, te veías muy mono durmiendo —dijo Clara al verlo aparecer, con una sonrisa ligera en los labios, cogió su móvil y bajó el volumen de las bocinas.
—¿Mono? —replicó Gonzalo, arqueando una ceja y adoptando un tono de broma—. No parece un elogio apropiado para un hombre.
—No quería elogiarte. —Clara le devolvió la mirada con picardía antes de girarse hacia la encimera—. Ven, te he preparado el desayuno. No sabía lo que te gusta, así que hay un poco de todo.
Gonzalo se sorprendió.
—¿Para qué te molestaste? Podría haber ido a desayunar al Starbucks.
Clara se en