OCHO

Los días siguientes transcurrieron en una extraña calma. En la oficina, Ashton y Aurah mantenían una relación profesional cordial pero distante. Nadie habría sospechado, al verlos discutir sobre paletas de colores en una reunión, que tres noches antes habían compartido sus secretos más profundos en un café apartado del mundo.

Y sin embargo, algo había cambiado. Eran pequeños detalles: la manera en que Ashton consultaba la opinión de Aurah antes que la de nadie más, cómo sus ojos se demoraban un segundo de más en ella cuando creía que nadie miraba, mensajes de texto inocuos pero constantes sobre temas no relacionados con el trabajo.

"¿Has leído a Cortázar? Creo que te gustaría." "La exposición de mi madre se extendió dos semanas más. Quisiera mostrarte algunas fotos que no viste." "He descubierto un restaurante tailandés cerca de la galería. La comida es increíble."

Aurah respondía con cautela al principio, luego con creciente entusiasmo. Su relación comenzaba a reconstruirse, ladrillo a ladrillo, mensaje a mensaje, alejada de las miradas curiosas de Luxus Creative.

Un viernes por la tarde, mientras Aurah terminaba un informe, recibió un mensaje que la hizo sonreír.

"Cena hoy? Conozco un lugar donde nadie de la oficina nos vería. Sin presiones. Solo comida y conversación."

Dudó un instante antes de responder. Durante las últimas tres semanas habían hablado, habían compartido mensajes, incluso habían tomado café un par de veces durante la hora del almuerzo. Pero siempre en lugares públicos, siempre manteniendo cierta distancia física, como si ambos temieran lo que podría desencadenar un simple roce de manos.

"Me encantaría. ¿Dónde y cuándo?"

Su teléfono vibró casi instantáneamente.

"Te recojo a las 8. Vístete cómoda. Confía en mí."

Aurah sonrió ante ese último mensaje. Confianza. Era precisamente lo que estaban reconstruyendo.

A las ocho en punto, un coche se detuvo frente a su edificio. Ashton bajó para recibirla, vestido con jeans oscuros y una camisa azul noche con las mangas remangadas. Era extraño verlo en ropa casual, pero le sentaba bien. Muy bien.

—Estás preciosa —dijo al verla, sus ojos recorriendo apreciativamente el sencillo vestido de algodón que Aurah había elegido, siguiendo su sugerencia de vestir cómoda.

—Gracias —respondió ella, sintiendo un leve calor en las mejillas—. Tú tampoco estás mal.

El trayecto en coche fue cómodo, lleno de conversación ligera sobre su semana y los últimos proyectos. Ashton condujo fuera de la ciudad, hacia las colinas que la rodeaban.

—¿Me secuestras? —bromeó Aurah cuando llevaban casi media hora de camino.

Ashton sonrió, lanzándole una mirada cómplice.

—Te dije que confiases en mí, ¿recuerdas?

Finalmente, después de recorrer un camino ascendente entre árboles, llegaron a una pequeña casa de piedra iluminada por faroles. Desde allí se podía contemplar toda la ciudad, un mar de luces titilantes bajo el cielo nocturno.

—Esto es... —comenzó Aurah, maravillada por la vista.

—Mi refugio —completó Ashton, apagando el motor—. Cuando necesito escapar del mundo, vengo aquí.

Bajaron del coche y él la guió hacia la entrada. El interior de la casa era una combinación perfecta de rusticidad y elegancia: vigas de madera en el techo, paredes de piedra, pero muebles modernos y minimalistas. Un gran ventanal ofrecía la misma vista espectacular que habían admirado desde fuera.

—Es precioso —dijo Aurah, girando sobre sí misma para absorber cada detalle—. ¿Es tuyo?

Ashton asintió mientras se dirigía a la cocina abierta, separada del salón por una barra de madera pulida.

—Lo compré hace tres años, cuando me ascendieron a socio junior —explicó, sacando una botella de vino tinto—. Necesitaba un lugar que fuera completamente mío, lejos del ruido.

Descorchó el vino con movimientos expertos y sirvió dos copas. Aurah notó que parecía más relajado aquí, más natural, como si en este espacio pudiera ser realmente él mismo.

—Nadie de la oficina sabe de este lugar —continuó, entregándole una copa—. Ni siquiera Julia, que gestiona mi agenda.

Aurah tomó la copa, consciente del privilegio que representaba estar allí.

—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó suavemente.

Ashton la miró a los ojos, y en ese momento no había máscaras, no había defensas.

—Porque quiero que me conozcas, Aurah —respondió con sencillez—. Al verdadero yo, no solo al director creativo que ves en la oficina.

Algo cálido se expandió en el pecho de Aurah. Entendía lo que significaba ese gesto para alguien tan privado como Ashton.

—Gracias por confiar en mí —dijo, levantando su copa en un brindis silencioso.

Él respondió al gesto, y sus ojos nunca dejaron los de ella mientras bebían el primer sorbo.

La cena resultó ser una sorpresa aún mayor. Ashton había preparado todo con antelación: una ensalada fresca, pasta casera con salsa de mariscos, pan recién horneado. Cocinaba con la misma precisión y pasión con que dirigía proyectos, pero con una soltura que revelaba otro lado de él.

—No sabía que cocinaras —comentó Aurah mientras disfrutaban de la comida en la terraza, bajo un cielo estrellado que nunca podía verse así en la ciudad.

—Mi padre es chef —respondió Ashton con una sonrisa nostálgica—. No profesional, pero podría haberlo sido. Me enseñó que cocinar es otra forma de arte.

—¿Y tu madre la fotografía?

—Exacto. Crecí entre fogones y cuartos oscuros. —Tomó un sorbo de vino antes de continuar—. Supongo que por eso la publicidad me atrajo. Es la perfecta combinación de ambos mundos: visual y emocional.

Hablaron durante horas, saltando de tema en tema con una fluidez que solo proviene de la genuina conexión. Aurah le contó sobre su familia, sobre sus tres hermanos que ahora vivían repartidos por el país, sobre su padre que seguía manejando la misma imprenta después de treinta años.

Ashton le habló de su infancia nómada, siguiendo las exposiciones de su madre y los diversos proyectos gastronómicos de su padre. De cómo Londres había sido su hogar durante años hasta que volvió por Nadia, solo para descubrir la traición.

—Después de eso, me prometí no mezclar nunca más trabajo y sentimientos —confesó, sus dedos jugando con el borde de su copa—. Era una regla simple, clara. Hasta que tú apareciste en mi despacho aquel primer día, con tus carpetas perfectamente organizadas y esa mirada que parecía desafiarme.

Aurah sonrió, recordando aquel momento que ahora parecía tan lejano.

—Estaba aterrorizada —admitió—. Había oído tantas historias sobre el "Dios Griego" que esperaba algún tipo de monstruo.

Ashton alzó una ceja, divertido.

—¿"Dios Griego"?

—Oh, dios —Aurah se cubrió el rostro con una mano, avergonzada—. No se suponía que supieras eso. Es como te llaman algunas de las chicas de la oficina.

Ashton rio, un sonido genuino y cálido que Aurah rara vez había escuchado.

—¿Y tú? ¿También me llamabas así?

—Por supuesto que no —respondió ella con fingida indignación—. Para mí eras simplemente "el capullo arrogante que es mi jefe".

Ambos rieron, y en ese momento, algo de la tensión que había existido entre ellos se disipó completamente. No eran jefe y empleada. No eran ex amantes resentidos. Eran simplemente Ashton y Aurah, dos personas compartiendo una conexión que iba más allá de etiquetas y roles.

Después de la cena, se trasladaron al salón con lo que quedaba del vino. Ashton encendió la chimenea, a pesar de que la noche no era fría. Las llamas proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de piedra, creando una atmósfera íntima y acogedora.

Se sentaron en el sofá, más cerca de lo que habían estado en semanas, pero aún manteniendo una distancia prudente. La conversación fluía naturalmente, interrumpida por silencios cómodos que no sentían la necesidad de llenar.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Aurah después de uno de esos silencios.

—Lo que quieras.

—¿Por qué no has salido con nadie desde Nadia? Quiero decir, eres joven, exitoso, atractivo... —Se detuvo, sonriendo al ver su expresión complacida—. No te hagas ilusiones, solo constato hechos.

Ashton consideró la pregunta, mirando las llamas mientras reflexionaba.

—He tenido... encuentros —admitió finalmente—. Nada serio, nada que durara más de unas semanas. Pero supongo que nunca encontré a nadie que me hiciera querer arriesgarme de nuevo. No hasta...

No terminó la frase, pero sus ojos, al mirarla, dijeron lo que sus palabras callaban. No hasta ti.

Aurah sintió que su corazón se aceleraba. Sabía que estaban en un punto de inflexión. Lo que sucediera a continuación definiría todo entre ellos.

—Tengo miedo —confesó en voz baja, sorprendiéndose a sí misma con su honestidad.

—¿De qué? —preguntó él, su voz igualmente suave.

—De esto. De nosotros. De lo que podría ser y de lo que podría no ser.

Ashton se acercó un poco más, lo suficiente para que ella pudiera sentir el calor de su cuerpo.

—Yo también tengo miedo, Aurah —admitió—. Pero he descubierto que hay algo que me asusta más.

—¿Qué?

—La idea de no intentarlo. De preguntarme siempre qué habría pasado si hubiera sido valiente por una vez.

Su mano encontró la de ella sobre el sofá, un contacto ligero pero electrizante. Sus dedos se entrelazaron naturalmente, como si hubieran estado esperando este momento desde hacía semanas.

—No puedo prometerte que no cometeré errores —continuó Ashton, su pulgar trazando círculos en la palma de Aurah—. Solo puedo prometerte que serán errores nuevos, no los viejos. Y que esta vez, cuando tenga miedo, te lo diré en lugar de alejarme.

Aurah miró sus manos unidas, sintiendo cómo esa simple conexión enviaba oleadas de calor por todo su cuerpo.

—Yo tampoco puedo prometerte perfección —respondió—. Solo honestidad. Y paciencia. Ambos estamos rotos de diferentes maneras.

—Tal vez por eso encajamos —murmuró Ashton, acercándose un poco más—. Como esas vasijas japonesas reparadas con oro. Kintsugi, creo que se llama.

—Más hermosas por haber sido rotas —completó Aurah, recordando haber leído sobre ello.

El espacio entre ellos se había reducido a casi nada. Aurah podía sentir la respiración de Ashton, ver las motas doradas en sus ojos verdes, notar el sutil aroma de su perfume mezclado con el vino y la madera ardiendo.

No supo quién se movió primero. Quizás ambos, simultáneamente, como si respondieran a una señal invisible. Sus labios se encontraron en un beso delicado, tentativo, tan diferente de la urgencia desesperada de su primer encuentro.

Este beso sabía a promesa, a nuevo comienzo. Las manos de Ashton acunaron su rostro con reverencia, como si temiera que pudiera desvanecerse si la tocaba con demasiada fuerza. Aurah se acercó más, sus dedos enredándose en el cabello de él, atrayéndolo hacia ella.

El beso se profundizó, pero mantuvo su dulzura. No había prisa esta vez, no había desesperación. Solo el reconocimiento mutuo de algo que ambos habían intentado negar sin éxito.

Cuando se separaron, ambos respiraban entrecortadamente. Ashton apoyó su frente contra la de Aurah, sus manos aún acunando su rostro.

—Te he echado de menos —susurró, tan bajo que apenas pudo oírlo.

—Yo también —respondió ella, cerrando los ojos, absorbiendo la intimidad del momento.

Volvieron a besarse, esta vez con más intensidad pero sin perder la ternura. Sus cuerpos se acercaron naturalmente, buscándose. Las manos de Ashton se deslizaron por la espalda de Aurah, las de ella exploraron su pecho por encima de la camisa.

No hubo palabras cuando Ashton se levantó, extendiendo su mano hacia ella. No hubo necesidad de ellas. Aurah la tomó, dejándose guiar a través de la casa hasta el dormitorio en la planta superior, una habitación amplia dominada por una cama de madera oscura y otro ventanal que enmarcaba la noche estrellada.

Se detuvieron junto a la cama, mirándose en la penumbra iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba por la ventana. No había en sus ojos la urgencia febril de la primera vez, sino una determinación tranquila, una certeza compartida.

Ashton rozó con sus dedos el tirante del vestido de Aurah, pidiendo permiso sin palabras. Ella asintió levemente, y él lo deslizó por su hombro, siguiéndolo con un beso ligero como una pluma.

Se desvistieron mutuamente con una lentitud reverencial, cada prenda retirada como un velo que les permitía verse realmente por primera vez. No había vergüenza, no había prisas. Solo descubrimiento y redescubrimiento.

Cuando finalmente estuvieron piel contra piel, Ashton la condujo suavemente hacia la cama. Se recostaron de lado, frente a frente, sus cuerpos desnudos brillando bajo la luz plateada que entraba por la ventana.

—Eres hermosa —murmuró él, sus dedos trazando el contorno de su rostro, su cuello, su hombro—. No solo tu cuerpo. Tú. Todo lo que eres.

Aurah sintió que algo se derretía dentro de ella. No era solo deseo lo que veía en sus ojos. Era admiración, respeto, algo que se parecía peligrosamente al amor pero que ninguno de los dos estaba listo para nombrar.

Sus labios se encontraron de nuevo en un beso que pronto se volvió más profundo, más intenso. Las manos exploraron, aprendiendo o recordando, los cuerpos se acercaron hasta que no quedó espacio entre ellos.

Esta vez, cuando sus cuerpos se unieron, no fue con la urgencia desesperada de la primera vez. Fue un encuentro lento, consciente, donde cada mirada, cada caricia, cada suspiro tenía un significado. Se movieron juntos como si hubieran sido hechos el uno para el otro, encontrando un ritmo que hablaba de algo más profundo que el deseo físico.

Las manos entrelazadas, los ojos nunca dejando los del otro, susurros de nombres y promesas a medias. Cuando el placer los alcanzó, lo hizo como una ola suave pero poderosa que los envolvió a ambos, arrastrándolos juntos a un lugar donde no existían las dudas ni los miedos.

Después, permanecieron abrazados, sus piernas entrelazadas, los dedos de Ashton dibujando patrones invisibles en la espalda de Aurah mientras ella reposaba la cabeza sobre su pecho, escuchando el latido de su corazón.

—¿En qué piensas? —preguntó él después de un largo silencio.

Aurah sonrió contra su piel.

—En que esto no se parece en nada a la primera vez.

—¿Mejor o peor? —inquirió, y había un atisbo de inseguridad en su voz que la enterneció.

—Diferente —respondió ella, levantando la cabeza para mirarlo—. La primera vez fue como un incendio forestal. Esto... esto es como el fuego de una chimenea en invierno. Igual de intenso, pero reconfortante. Seguro.

Ashton sonrió, atrayéndola más cerca para besarla suavemente.

—Me gusta esa analogía.

—A mí también —murmuró ella, volviendo a acomodarse sobre su pecho.

Se quedaron así, hablando en susurros en la oscuridad, compartiendo recuerdos, sueños, miedos. Había una intimidad en esas confesiones nocturnas que iba más allá de la desnudez física. Estaban desnudando sus almas, confiando el uno en el otro de una manera que ninguno había experimentado antes.

En algún momento, el cansancio los venció. Aurah se quedó dormida escuchando el latido constante del corazón de Ashton, sintiéndose más segura y en paz de lo que había estado en mucho tiempo.

No supo cuántas horas pasaron. Cuando abrió los ojos, la habitación estaba bañada en la luz grisácea del amanecer. Estiró la mano, buscando el calor de Ashton.

La cama estaba vacía.

Se incorporó, parpadeando para aclarar su visión. La ropa de Ashton no estaba donde la habían dejado la noche anterior. Su lado de la cama estaba frío, como si hubiera estado vacío durante horas.

Un peso se instaló en el estómago de Aurah. ¿Otra vez? ¿Después de todo lo que habían hablado, de lo que habían compartido?

Se levantó, envolviendo la sábana alrededor de su cuerpo desnudo. Recogió su ropa esparcida por el suelo y comenzó a vestirse con movimientos mecánicos. No lloraría. No esta vez. Si Ashton había decidido huir de nuevo, ella no...

El sonido de pasos en la escalera la detuvo. La puerta se abrió suavemente, y Ashton apareció, completamente vestido pero con el cabello húmedo, como si acabara de ducharse. Llevaba una bandeja con café y lo que parecían croissants recién hechos.

—Buenos días —dijo con una sonrisa que se desvaneció al verla parcialmente vestida—. ¿Qué haces?

Aurah se quedó inmóvil, la confusión y el alivio luchando en su interior.

—Yo... pensé que te habías ido —admitió.

La comprensión iluminó el rostro de Ashton. Dejó la bandeja sobre la cómoda y se acercó a ella.

—No me he ido —dijo suavemente, tomando sus manos—. Me levanté temprano, fui a comprar el desayuno al pueblo y me di una ducha rápida. Quería sorprenderte.

Aurah se sintió repentinamente tonta. Por supuesto que tenía una explicación lógica. Por supuesto que no la había abandonado después de todo lo que habían compartido.

—Lo siento —murmuró—. Es que... la última vez...

Ashton la atrajo hacia él, envolviéndola en un abrazo firme.

—No soy el mismo hombre que era hace unas semanas, Aurah —dijo contra su cabello—. He aprendido. De la manera más dura, pero he aprendido.

Se separó lo suficiente para mirarla a los ojos.

—No voy a huir. No de ti. No de esto. Te lo prometo.

Aurah vio la sinceridad en sus ojos, la determinación. Asintió lentamente, permitiendo que la tensión abandonara su cuerpo.

—Café y croissants, ¿eh? —dijo, intentando aligerar el momento—. Impresionante.

Ashton sonrió, siguiéndole la corriente.

—Solo lo mejor para ti —respondió, besándola ligeramente—. Aunque se están enfriando mientras hablamos.

Volvieron a la cama, la bandeja entre ellos, compartiendo el desayuno entre besos y conversación ligera. Era tan doméstico, tan normal, que Aurah sintió una punzada de anhelo por algo que nunca había considerado realmente: una vida juntos, despertares como este cada mañana.

—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó Ashton, pasándole una taza de café.

—Nada especial —respondió ella—. Tal vez hacer la colada, ver alguna película...

—O podrías quedarte aquí —sugirió él, con una casualidad estudiada que no engañaba a nadie—. Tengo comida, una colección de películas decente, y la mejor vista de la ciudad.

Aurah fingió considerarlo seriamente.

—Es tentador... pero no tengo ropa limpia, ni cepillo de dientes, ni...

—Hay un cepillo de dientes nuevo en el baño —la interrumpió—. Y en cuanto a la ropa... —sus ojos recorrieron su cuerpo con apreciación—... personalmente, creo que estás mejor sin ella.

Aurah rio, dándole un golpe juguetón en el hombro.

—Eres incorregible.

—Solo contigo —respondió él, inclinándose para besarla—. ¿Entonces? ¿Te quedas?

Aurah lo miró, este hombre complejo y contradictorio que la había lastimado y sanado, que había pasado de ser su jefe temido a su amante, a algo más que aún no tenía nombre pero que sentía cada vez más real.

—Me quedo —dijo finalmente.

Y así lo hizo. Pasaron el día en una burbuja alejada del mundo, cocinando juntos, viendo películas antiguas acurrucados en el sofá, haciendo el amor con la luz del atardecer bañando sus cuerpos. Hablaron de todo y de nada, de sueños y miedos, de planes para el futuro que, por primera vez, parecían incluir al otro.

Era una tregua. Una pausa en la guerra que sus propios miedos habían declarado a la posibilidad de la felicidad. Una tregua declarada por sus cuerpos pero ratificada por sus corazones.

Cuando la noche volvió a envolverlos, se durmieron entrelazados, con la certeza tácita de que algo fundamental había cambiado entre ellos. Algo que hacía que el futuro, con todas sus incertidumbres, pareciera un poco menos aterrador y un poco más lleno de posibilidades.

Esta vez, cuando Aurah despertó a la mañana siguiente, Ashton seguía allí, observándola dormir con una expresión que le quitó el aliento.

—Buenos días —susurró él.

—Buenos días —respondió ella, sintiendo que esas simples palabras contenían una promesa que ambos estaban comenzando a creer.

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