Capítulo 19. La mandona
Comenzamos con los platos, colocándolos en el lavavajillas mientras el aroma del café recién hecho y la pasta aún impregnaba la cocina. Ginevra se movía con una precisión medida, cada gesto calculado, cada movimiento limpio y sin esfuerzo aparente. Yo me sentía torpe a su lado, tratando de no estorbar mientras ella dejaba que yo le pasara los platos, los cubiertos, los vasos.
—No pongas tanto cuidado —dijo, sin mirarme—. Solo colócalos en el lavavajillas, no es cirugía.
Asentí, con una sonrisa que ella apenas notó. A pesar de su tono firme, había un dejo de paciencia en su voz, una tolerancia silenciosa que me sorprendió.
—¿Siempre eres tan estricta con todo? —pregunté, tratando de romper un poco la tensión.
Ella soltó un suspiro que parecía mezclarse con la música suave que salía del altavoz de la cocina.
—Con algunas cosas sí… con otras, puedo ser un desastre total —admitió, y por un instante su guardia se suavizó. Sus hombros se relajaron un poco, y sus labios se curvaron en un ati