Capítulo 13. Una Ginevra que no conocía
Al día siguiente, llegó tarde. Muy tarde.
El estudio ya estaba en marcha cuando se abrió la puerta del ascensor y Ginevra entró.
El sonido de sus tacones resonó distinto: más lento, más pesado.
No saludó, no dio indicaciones.
Solo cruzó el espacio con el rostro tenso, los labios apretados, y se encerró en su oficina con una sola instrucción, dirigida a todos pero especialmente a Valeria:
—No quiero que nadie me moleste. Nadie.
Su voz no fue fría; fue frágil. Y eso fue peor.
Durante el resto de la mañana, el estudio pareció girar alrededor de esa puerta cerrada.
Valeria miraba cada tanto hacia allí, con una preocupación contenida, pero no se atrevía a tocar.
Yo tampoco.
Tenía la imagen de la noche anterior clavada en la cabeza: su voz quebrándose en un idioma que no entendía, ese temblor apenas visible en su mano, y después la forma en que me había pedido que no preguntara nada.
A la una, Valeria salió. Dijo que iba a buscar unos documentos al depósito y que volvería en media hora.
No v