La casa parece tranquila, demasiado tranquila. Ethan lo nota cuando se despierta.
Hay una calma inusual, como si el aire mismo estuviera conteniendo la respiración. Clara duerme a su lado, enredada entre las sábanas, con el ceño fruncido incluso en el sueño.
Ethan acaricia su mejilla con suavidad, preguntándose si alguna vez podrá verla descansar de verdad, sin miedo, sin dolor, sin ese nudo invisible que parece habitarle el pecho.
Ava los llama desde el pasillo. Su vocecita dulce interrumpe el momento:
—¡Papá! Tengo hambre.
Clara se remueve, murmurando algo ininteligible, y Ethan sonríe con ternura antes de levantarse y besarla en la frente. —Sigue durmiendo, princesa. Yo me encargo.
Ethan y Ava preparan el desayuno juntos. Ella insiste en romper los huevos, aunque termina dejando un par de cáscaras en la mezcla.
Ethan no tiene corazón para quitárselas. El momento es demasiado perfecto. Mientras fríe el bacon, Ava canta una canción inventada sobre tostadas que vuelan y mermelada