La habitación está envuelta en penumbra. Las luces de neón del letrero del bar parpadean a través de la ventana sucia, tiñendo las paredes de rojo y violeta.
Lara se sienta en la esquina de la cama, las piernas cruzadas, la espalda encorvada y los ojos perdidos en la nada.
Tiene el cuerpo cansado, el alma hecha trizas y la boca seca de tanto callar. Otra noche, otro cliente, otro pedazo de sí misma que tendrá que enterrar.
La puerta se abre de golpe. Margaret entra con el rostro más maquillado de lo normal, el pelo cardado como si estuviera dispuesta a seducir a alguien ella misma. Lara apenas levanta la mirada.
—Párate. Arréglate. Esta noche es distinta —dice Margaret sin saludar.
Lara no se mueve.
—No me jodas, Margaret. Estoy rota. Literalmente. El último tipo que trajiste acabó conmigo ¿O es que estás ciega?
Los moratones en el cuerpo de Lara eran más que evidentes. Los tenía por todas partes, desde los brazos hasta las piernas.
Acompañando a los colores marrones y violáceos d