La tarde cae lenta, vestida de tonos anaranjados y tibios que se filtran por las ventanas del salón.
Clara está sentada en la alfombra, con Ava sobre su regazo, ayudándola a ensamblar un castillo de bloques. Ethan, apoyado contra el marco de la puerta, los observa con una sonrisa suave en los labios y una chispa de orgullo brillándole en los ojos.
Es un momento tan cotidiano como perfecto, pero el corazón de Clara late con un ritmo incierto.
No deja de mirar a Samuel, que se encuentra en la cocina contigua, bebiendo un café con una calma casi forzada.
Hay algo en él que le enciende una alarma sorda en el pecho. No es nada concreto. No es una certeza. Es solo esa punzada inquieta que aparece cada vez que sus ojos se cruzan. Y se han cruzado más veces de lo normal últimamente.
—¿Estás bien? —le pregunta Ethan, sentándose detrás de ella y rodeándola con sus piernas. Le besa la mejilla—. Estás tensa.
—Estoy bien —responde ella sin apartar la vista del hombre en la cocina—. Solo estaba