La anciana asintió despacio, con el mismo gesto paciente y dulce de siempre.
—Sí, mi niña. Les extraño mucho. Por favor, diles que vengan a verme. Siento que hace tanto que no los veo...
Nadia sintió cómo algo se quebraba dentro de ella. Sus labios se movieron escasamente, pero logró mantener la compostura. Las lágrimas se le agolparon en los ojos de forma inevitable, y su corazón comenzó a latir con pena, impotencia y temor. Los padres de Nadia habían muerto hacía ya varios años. Su abuela lo sabía, o al menos lo había sabido en su momento. ¿Cómo podía ahora hablar de ellos como si todavía vivieran?
El peso de esa confusión en la voz de su abuela fue demasiado. Nadia apretó los labios con fuerza, conteniendo el sollozo. Era evidente que su abuela comenzaba a perder contacto con la realidad. Aquellas pequeñas grietas de la memoria que antes parecían normales, ahora se abrían más, revelando una confusión peligrosa. ¿Y si un día ya no la recordaba a ella? ¿Y si llegaba al punto de no sa