Días después, Nadia se hallaba haciendo las tareas del hogar y le tocaba limpiar la habitación de Indira. Mientras lo hacía, no podía evitar preguntarse por qué su prima seguía viviendo allí, si se había casado hacía poco. ¿No debería estar con su esposo? ¿O acaso él también se mudaría a esa casa? La sola idea le revolvía el estómago.
Cuando terminó, bajó por las escaleras rumbo a la sala de estar. Al llegar, un sonido la detuvo en seco.
Era un sollozo. Indira estaba llorando.
Nadia se quedó paralizada sobre el piso frío. El llanto se mezclaba con la voz de Hazel, que intentaba consolarla con palabras apenas audibles. Sin embargo, en lugar de marcharse, Nadia se mantuvo en silencio, oculta, escuchando cada fragmento de esa escena inesperada.
—¿Quién demonios se cree que es Elián para hacerme esto? —reclamó Indira, con la voz quebrada por el llanto—. ¿De verdad piensa que puede burlarse de mí como si fuera una estúpida?
—Shhh... hija, por favor... baja la voz —suplicó Hazel, agotada, si