Killian permaneció sin emitir sonido por un instante, observando detenidamente a su hermana.
—¿Y tú? ¿Hasta cuándo piensas seguir así, Indira?
La joven arqueó las cejas, indignada por aquellas palabras inesperadas.
—¿Qué te pasa? ¿De qué me estás hablando? —replicó, notando la dureza en su voz.
Killian se aproximó a ella y se inclinó ligeramente hacia adelante, hablándole con un desdén que no trató de disimular.
—Me refiero a tu vida, a lo que has hecho de ti misma —resaltó sin titubear—. Tu matrimonio terminó de la forma más humillante posible. Y en lugar de rehacer tu camino, de invertir en ti, de pulirte, de arreglarte para brillar aún más, preferiste quedarte estancada. Lo inteligente hubiera sido reinventarte, frecuentar los círculos sociales adecuados, asistir a recepciones de la alta sociedad y encontrar un nuevo marido, alguien que superara por mucho a ese miserable del que te separaste. Pero tú, siendo tú, elegiste quedarte encerrada, visitando al psicólogo una y otra vez. Y