Nadia miró a Elian, quien conservaba una sonrisa serena en el rostro, con la expresión satisfecha de alguien que había conseguido exactamente lo que quería. Sus ojos, tranquilos, recorrían la iglesia como si el momento le perteneciera.
En contraste, Nadia también sonreía, pero su expresión era otra. Sus labios apenas se curvaban, formando una sonrisa pequeña, tan tensa que parecía dibujada a la fuerza. Su rostro se mantenía quieto, pero su mirada era todo menos sumisa. Cargada de ira, lo fulminaba en silencio. Era una mirada gélida y penetrante, como si quisiera perforar el rostro de Elian con los ojos. Había algo en su quietud que denotaba resistencia y rabia. No dijo una palabra, pero su silencio pesaba tanto como un grito.
Mientras tanto, Jared se había sentado en los primeros bancos, cerca del altar. A su lado, Indira observaba con extrañeza y desagrado el vestido que Nadia llevaba puesto. De pronto, se inclinó levemente hacia su padre.
—Ese es mi vestido de novia. ¿Qué hace Nadia