Hazel parpadeó, una, dos, tres veces, como si necesitara que sus pestañas barrieran el desconcierto de su rostro. La declaración de Rowan la había tomado por completo fuera de guardia, y durante un breve instante, sus labios se movieron con ligereza, buscando una respuesta adecuada que no terminaba de aparecer.
—Disculpe, señor Kohler, pero no lo comprendo. ¿Por qué desea ver a esa chica? ¿Cómo es eso posible? ¿Acaso usted… la conoce?
La voz de Hazel sonaba incrédula y perpleja. ¿Cómo podía Rowan saber acerca de la existencia de Nadia, si ella nunca salía a la calle? ¿La habrá conocido en la celebración de Indira? Por otro lado, ¿por qué un hombre como Rowan Kohler, con su reputación imponente y su nombre reverenciado en los círculos más altos del país, querría ver a alguien como Nadia? ¿A esa muchacha ignorante y sin gracia?
—He visto una de sus obras —expuso. No iba a revelar que pensaba que Nadia se trataba de la mujer con la que había tenido intimidad en la fiesta de Indira—. Un