—No todas las tormentas me dan miedo, solo algunas. Cuando eso ocurre, es porque algo malo va a pasar en mi familia…— admitió Lilly en un susurro temeroso y huidizo mientras se sentaba sobre el colchón de trapos que él usaba como cama.
Él podía ver con toda claridad como ella le rehuía a sus ojos después de haberle confesado aquello. Daba la impresión que esa era la primera vez en la que se había atrevido a admitir en voz alta que también tenía dones.
Brishen arqueó una ceja con más curiosidad de la que hubiera querido demostrar. Pero era imposible no hacerlo. Bastaba con conocer a su madre para saber que, en la familia de Lilly ella no era la única que poseía lo que la mayoría de los gitanos solían llamar “el duende “.
Daba la casualidad que él no solo había tenido la oportunidad de conocer a Helena, sino que, a su vez, ella había sido su madrina y, por si todo eso fuera poco, también conocía a todos sus tíos y, claro está, a su hermano mayor. De modo que, no entendía el motivo d