Ya era muy tarde en la madrugada y, aunque ya todo el mundo dormía, los ojos de Lilly se resistían a cerrarse. Daba vueltas en el camastro que compartía con su hijo pensando y repensando lo ocurrido horas antes en el bosque.
Nadie, ni siquiera su tía, se podía explicar cómo una mujer inexperta en la magia gitana como ella había logrado entrar en su forma animal al plano astral y atacar a ciegas de una forma letal a un brujo con basta experiencia. Aunque, decir nadie, quizás sería exagerar.
Lilly se incorporó sobre el camastro y miró hacia la puerta de la habitación que compartía con su tía y su hijo. Sabía que del otro lado del pasillo se encontraba la habitación donde habían dejado a Brishen, quien necesitaba espacio para curar sus heridas.
Al pensar en eso se preguntó si, quizás, estaría despierto. Y ¿Quién sabría? Tal vez él tuviera la respuesta a esas incógnitas que tanto asombro había provocado. Y si no era así, al menos sabría cómo se encontraba.
Todavía sentía algo de pena