Embarazada, sola y en plena huída para proteger al hijo que llevaba en el vientre, Laurent Malore se quedó atrapada en una carretera de Colorado, durante una tormenta de nieve y a merced de un desconocido. Afortunadamente, el único propósito de Kevin Braxton era darle cobijo. Ella era un ángel rubio de ojos azul medianoche, y él habría pensado que había surgido de la noche nevada para salvarlo… si creyera en ese tipo de cosas, sin embargo, había perdido toda esperanza desde la muerte de su hermano, y ya sólo hallaba consuelo en su soledad. Mientras esperaban a que pasara la tormenta, se confesaron sus secretos más íntimos y surgió entre ellos una poderosa pasión. Cuando las carreteras se despejaron, quedaron unidos por una promesa, ya que Kevin sabía que Laurent necesitaba protección para conservar la custodia de su hijo en la batalla que se avecinaba. Estaba dispuesto a ofrecerle matrimonio para ayudarla, aunque sus motivos no eran realmente tan puros. Lo cierto era que aquella hermosa y vulnerable desconocida le había ofrecido un regalo de incalculable valor… le había dado una razón para vivir, la valentía de recuperar la esperanza y de soñar con tener el futuro y la familia que él siempre había deseado.
Leer más—Maldita nieve...
Kevin redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquella no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.
Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunado, pero un recién llegado se habría encontrado indefenso. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquella había tomado por sorpresa a todo el mundo… tanto a los residentes como a los turistas y al Servicio Nacional de Meteorología.
Sólo ocho kilómetros más y podría descargar las provisiones, encender el fuego y disfrutar de la ventisca de abril en el acogedor interior de su cabaña, con una taza de café caliente o una cerveza fría.
El todoterreno fue ascendiendo por la cuesta como un tanque, y se sintió agradecido por su resistencia y su solidez. Aunque tardara tres veces más en recorrer los treinta y dos kilómetros hasta su casa, por lo menos conseguiría llegar.
Los limpiaparabrisas trabajaban incansables, pero lo único que se apreciaba entre los segundos de falta de visibilidad total era una cortina blanca. Si no amainaba, al anochecer la nieve tendría más de medio metro de altura. Él intentó animarse diciéndose que para entonces ya habría llegado a casa, pero sus imprecaciones resonaron en el interior del vehículo. Si no hubiera perdido la noción del tiempo el día anterior, habría podido comprar antes las provisiones y el mal tiempo no le habría afectado lo más mínimo.
La carretera serpenteó en una curva perezosa, y Kevin la tomó con sumo cuidado. Le resultaba muy difícil conducir lentamente, pero a lo largo del invierno había adquirido un sano respeto por las montañas y por las carreteras que las atravesaban. La valla de seguridad era muy sólida, pero al otro lado esperaban unos barrancos escarpados que no perdonaban un error. Aunque tenía confianza en sí mismo y en la fiabilidad del todoterreno, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que hubiera algún coche a un lado o en medio de la carretera. Sólo cuatro kilómetros y medio más.
Sintió que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. No había visto un solo coche en más de veinte minutos, y era dudoso que se encontrara con alguno a aquellas alturas, ya que cualquiera con la más mínima sensatez habría buscado refugio. A su lado, la radio no dejaba de hablar de carreteras cortadas y eventos cancelados.
Siempre lo había sorprendido que la gente planeara tantas fiestas, cenas, recitales y representaciones para un mismo día, aunque suponía que esa era l naturaleza humana. Siempre planeando reuniones para juntarse unos con otros, aunque sólo fuera para vender un puñado de pasteles y galletas.
Él prefería estar solo.
Al menos de momento; de no ser así, no habría comprado la cabaña ni habría permanecido enclaustrado en ella durante los últimos seis meses.
La soledad le proporcionaba libertad para pensar, para trabajar, para curarse, y había logrado las tres cosas en cierta medida. Estuvo a punto de suspirar aliviado al ver… bueno, al notar… que el coche volvía a tomar una pendiente, ya que sabía que aquella era la última cuesta antes de su desviación. Ya sólo quedaba un kilómetro y medio. Su cara, que había estado tensa de concentración, empezó a relajarse. Era un rostro demasiado delgado y angular para resultar meramente atractivo; además, tenía la nariz ligeramente desviada a causa de un acalorado desacuerdo que había tenido con su hermano menor en la adolescencia, pero Kevin no le había guardado rencor por ello.
Se le había olvidado ponerse un sombrero, y su largo pelo rubio oscuro le enmarcaba la cara y le llegaba hasta el cuello del anorak con aspecto desgreñado, ya que se lo había peinado con dedos apresurados horas antes. Sus ojos, de un cristalino tono verde oscuro, empezaban a escocerle después de estar tanto tiempo hijos en la nieve.
Mientras los neumáticos se deslizaban por el asfalto acolchado, echó un vistazo cuentakilómetros, y levantó la vista de nuevo tras comprobar que sólo faltaba dio kilómetro. Entonces fue cuando vio el coche que se acercaba hacia él, fuera de control.
Sin tiempo ni para soltar una palabrota, viró bruscamente hacia la derecha justo cuando el otro coche pareció derrapar. El todoterreno patinó en la nieve, y se balanceó peligrosamente antes de que las ruedas consiguieran aferrarse a la carretera para obtener algo de tracción. Por un instante Kevin creyó que iba a dar una vuelta de campana, pero cuando su vehículo se estabilizó no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentado, mirando con la esperanza de que el otro conductor tuviera tanta suerte como él.
El coche descendía ladeado a toda velocidad, y aunque todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos, Kevin tuvo tiempo de pensar en lo fuerte que sería el impacto cuando diera de lleno contra el todoterreno; sin embargo, en el último momento el conductor consiguió enderezar el vehículo, viró bruscamente para evitar la colisión, y empezó a deslizarse sin remedio hacia la valla de seguridad.
Él puso el freno de mano, y salió del todoterreno justo cuando el otro coche chocaba contra el metal.
Estuvo a punto de caerse de cabeza, pero gracias a sus botas de montaña consiguió mantener el equilibrio mientras corría por la nieve hacia el vehículo accidentado. Era un coche pequeño y compacto… aún más después del impacto, ya que la parte derecha había quedado metida hacia dentro y el capó parecía un acordeón por el lado del pasajero. En un instante de lucidez, se horrorizó al pensar en lo que podría haber pasado si el coche hubiera golpeado por el lado del conductor.
Cuando consiguió llegar al coche a través de la nieve, vio una figura desplomada sobre el volante e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, empezó a aporrear la ventanilla.
La figura se movió, y al ver la espesa cabellera rubia que caía sobre los hombros de un abrigo oscuro se dio cuenta de que era una mujer. En ese momento, ella se quitó el gorro de esquí que llevaba, se volvió hacia la ventanilla y fijó la vista en él.
Estaba muy pálida, blanca como el mármol, e incluso sus labios parecían demacrados. Tenía unos ojos enormes y oscuros, con los iris casi negros debido a la conmoción… y era hermosa, tan increíblemente hermosa que quitaba el aliento.
Como artista vio las posibilidades en aquel rostro con forma de diamante, en los pómulos prominentes y en el carnoso labio inferior, pero como hombre apartó de su mente aquellos pensamientos y volvió a golpear en la ventanilla.
Ella parpadeó y sacudió la cabeza, como si estuviera intentando despejársela, y Kevin vio que sus ojos eran de un tono azul medianoche cuando la conmoción en ellos empezó a desvanecerse y dejó paso a una expresión preocupada.
La mujer se apresuró a bajar la ventanilla, y le preguntó antes de que él pudiera articular palabra:
—¿Está herido?, ¿le he dado?
—No, ha dado contra la valla de seguridad.
—Gracias a Dios —dijo ella, antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento por unos segundos. Tenía la boca seca, y aunque luchaba por controlarlo, el corazón parecía martillearle en la garganta—. El coche empezó a resbalar al empezar a bajar por la cuesta, y creí que a lo mejor podría recuperar el control, pero entonces vi su todoterreno y pensé que iba a darle de lleno.
—Lo habría hecho, si no hubiera girado hacia la valla.
Miró de nuevo el capó del coche, consciente de que el daño podría haber sido mucho mayor. Si ella hubiera ido a más velocidad… pero no tenía sentido perderse en especulaciones inútiles, así que se volvió hacia ella de nuevo e intentó ver algún signo de trauma en su rostro.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, creo que sí —ella volvió a abrir los ojos, mientras intentaba esbozar una sonrisa—. Lo siento, debo de haberle dado un buen susto.
—Y que lo diga —pero el sobresalto ya había pasado, y estaba a menos de medio kilómetro de su casa, varado en la nieve con una desconocida que no iba a poder sacar su coche de allí en varios días—. ¿Qué demonios está haciendo aquí?
Ella ignoró la brusquedad de sus palabras mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad; había estado respirando hondo para intentar serenarse, y ya se encontraba mucho mejor.
—Debo de haberme equivocado de dirección por la tormenta, porque estaba intentando llegar a Lonesome Ridge para esperar a que amainara. Según el mapa, es la población más cercana, y tenía miedo de pararme en el arcén… bueno, en el en pequeño margen que hay —miró hacia la valla de seguridad, y se estremeció—. Supongo que no voy a poder sacar mi coche de aquí.
—No, esta noche no.
Con expresión ceñuda, él se metió las manos en los bolsillos. La nieve seguía cayendo y la carretera estaba desierta, así que si la dejaba sola era posible que muriera congelada antes de que apareciera por allí un vehículo de emergencia o una máquina quitanieves. Por mucho que quisiera desentenderse de aquella responsabilidad, no podía dejar a una mujer varada en medio de aquella tormenta.
—Lo único que puedo hacer por usted es llevarla a mi casa.
Su voz era seca, carente de amabilidad, pero ella no se sorprendió por ello. Era normal que estuviera enfadado e impaciente, ya que casi había chocado con él y
Además iba a tener que seguir ayudándola.
—Lo siento.
Él movió ligeramente los hombros, consciente de que había sido muy grosero.
—El desvío que lleva a mi casa está en la cima de la colina, tendrá que dejar aquí su coche y venir conmigo en el todoterreno.
—Muchas gracias —dijo ella. Con el motor apagado y la ventanilla abierta, el
Frío estaba empezando a calar en su ropa—. Perdone las molestias, señor…
—Braxton, Kevin Braxton
—Yo me llamo Laurent —acabó de quitarse el cinturón de seguridad que había
Evitado que sufriera alguna herida grave, y añadió—: Llevo una maleta en la parte de atrás, ¿le importaría echarme una mano con ella?
Kevin agarró las llaves y fue a regañadientes a buscarla, pensando que si se hubiera puesto en marcha una hora antes ya estaría en casa, y solo.
La maleta no era muy grande, y distaba mucho de estar nueva; al parecer, la mujer sin apellido viajaba ligera de equipaje. Mientras la sacaba del coche, se dijo que no era justo enfadarse ni mostrarse tan descortés; al fin y al cabo, si ella no hubiera conseguido virar y lo hubiera esquivado, a esas alturas necesitarían un médico en vez de una taza de café y de algo para calentarse los pies.
Él decidió mostrarse un poco más civilizado, y se volvió hacia ella para decirle que fuera al todoterreno. La mujer había salido de su coche y estaba de pie mirándolo, con la nieve cayéndole sobre el pelo suelto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no sólo era muy hermosa, sino que además estaba evidentemente embarazada.
—Madre de Dios —susurró.
—Quiero enseñarte algo, y después podrías dormir una siesta mientras Michael y yo jugamos —dijo él, mientras le acariciaba la mandíbula con el pulgar.Con ella ,había descubierto que el olor del jabón y los polvos de talco podía ser excitante—Cuando hayas descansado, podremos tener nuestra propia celebración privada.—Ahora mismo me voy a dormir.Kevin se echó a reír, y la agarró del brazo antes de que pudiera empezar a subir las escaleras.—Antes, quiero que veas una cosa.—Vale, estoy demasiado débil para ponerme a discutir.—Lo tendré en cuenta para después —con un brazo alrededor de Laurent y el niño en el otro, fue hacia el salón.No era la primera vez que ella veía aquel cuadro; de hecho, había presenciado desde la primera pincelada hasta la última de su creación. Sin embargo, parecía diferente allí, colgado encima de la chimenea. En la galería, lo había visto como una hermosa obra de arte, como algo que podrían contemplar los estudiantes de arte y los coleccionistas, como algo
—Sí, es verdad —dijo él, divertido. Aunque ella hubiera hecho las maletas, no habría llegado ni al recibidor—. Entonces, ¿qué problema hay?—No hay ningún problema.—Preferiría no tener que preguntárselo a Marion.—Lo mismo digo —Laurent levantó la barbilla, y le dijo con voz firme—: Kevin, no insistas. Y no me presiones.—Vaya, vaya —le puso las manos en los hombros, y a continuación hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. He visto muy pocas veces esa expresión en tu cara, y siempre me despierta un deseo incontenible de tumbarte en el suelo y hacer el amor contigo apasionadamente —al ver que ella se ruborizaba, se echó a reír y la abrazó con fuerza.—No te rías de mí — ella quiso apartarte de él, pero él no se lo permitió.—Lo siento. No me estaba riendo de ti, sino de la situación —pensó que a lo.mejor debería mostrar algo más de delicadeza, pero rechazó la idea—. ¿Es que tienes ganas de pelea?—Ahora no.—Si no puedes mentir mejor, vas a tener que mantenerte alejada de las partida
Kevin permaneció callado durante tanto tiempo, que Laurent estuvo a punto de decirle que se olvidara del asunto, que no tenía importancia; sin embargo, tenía demasiada. Estaba segura de que la muerte de su hermano había sido lo que le había impulsado a irse a Colorado, y lo que le impedía, incluso en ese momento, organizar una exposición con sus obras.—Kev —dijo, al posar una mano sobre su brazo—: Me pediste que me casara contigo para poder hacerte cargo de mis problemas. Querías que confiara en ti y lo hice, pero hasta que tú hagas lo mismo, seguiremos siendo como desconocidos.—Tú y yo dejamos de ser desconocidos desde el primer momento en que nos vimos, Laurent. Te habría pedido que te casaras conmigo aunque no hubieras tenido ningún problema.Ella se quedó muda de sorpresa, y sintió una punzada de esperanza.—¿Lo dices en serio?Kevin se puso al bebé contra el hombro.—No siempre digo todo lo que quiero, pero siempre hablo en serio —cuando Michael empezó a gimotear, se levantó pa
—Pareces agotada —comentó Amanda al entrar en la casa. —A Michael le están saliendo los dientes —la excusa era lo suficientemente válida, aunque el nerviosismo del niño no era lo único que mantenía a Laurent despierta—. Lleva durmiendo diez minutos, con un poco de suerte no se despertará por lo menos en una hora. —Entonces, ¿por qué no estás acostada? Amanda entró en el salón, y ella la siguió. —Porque me has llamado para decirme que venías. —Vaya, es verdad —Amanda esbozó una sonrisa, se sentó y dejó su bolso encima de la mesa—. No te entretendré demasiado. ¿Kevin no está? —No, me ha dicho que tenía que salir a hacer algo —Laurent se sentó en una butaca frente a su suegra, y apoyó la cabeza en el respaldo. A veces, los pequeños placeres parecían un regalo divino—. ¿Quieres algo para beber?, ¿un café? —Por tu aspecto, me sorprendería que pudieras levantarte de esa butaca. No, no quiero nada. ¿Cómo está Kevin? —Tan cansado como yo, ninguno de los dos hemos podido descansar dema
—Si vuelve a hablar así de mi mujer, va a tener que enfrentarse a algo más que unas simples amenazas… — Kevin susurró por lo bajo, mirandole y añadió—: Señora Conningwood.—No importa —dijo Laurent. Le dio un ligero apretón en la mano, consciente de que él estaba a punto de perder el control—. Ya no puedes intimidarme, Lorraine, y no vas a hacer que te suplique. Sabes perfectamente bien que siempre le fui fiel a tu hijo.—Lo que sé es que Terry no creía que fuera así.—Entonces, ¿cómo sabe quién es el padre del niño?Las palabras de Kevin fueron seguidas por un silencio absoluto. Laurent empezó a decir algo, pero se detuvo al ver la advertencia en los ojos de él. El rostro de Lorraine volvió a sonrojarse, y finalmente pudo decir:—Ella no se habría atrevido a…—¿No? Vaya, qué raro. Usted piensa probar que Laurent le fue infiel a su hijo, pero ahora está diciendo que no pudo serlo. En cualquiera de los dos casos, lo va a tener complicado. Si ella hubiera tenido una aventura con alguie
—Sé que estoy haciendo lo correcto —dijo Laurent. Aun así, dudó por un segundo cuando salieron del ascensor en el hotel donde se hospedaba Lorraine—. No importa lo que pase, no pienso echarme atrás —agarró la mano de Kevin y se aferró a ella con fuerza.La falta de sueño hacía que tuviera la cabeza extrañamentedespejada, y que se sintiera lista para pasar a la acción.—Me alegro muchísimo de que estés aquí conmigo.—Ya te dije que no me gusta que vuelvas a verla, ni que tengas que tratar con ella para nada. Yo puedo ocuparme de esto.—Ya sé que puedes, pero sabes que es algo que necesito hacer por mí misma. Yo…—¿Qué?—Por favor, intenta controlar tu genio —al ver cómo enarcaba las cejas, soltó una suave carcajada y sintió que la tensión que sentía se aligeraba—. No hace falta que me mires así, sólo quería decir que gritarle a Lorraine no servirá de nada.—Nunca grito, aunque de vez en cuando levanto la voz para que se me entienda mejor.—Como ya hemos aclarado eso, supongo que sólo n
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