La puerta se abrió de nuevo. Mis sentidos, agudizados por la ceguera reciente, captaron el sonido de unos pasos suaves y conocidos.
—¿Quién es? —pregunté con voz temblorosa, aunque en mi interior ya intuía la respuesta.
—¡Hermana hermosa! Ya volví —respondió una voz dulce, cargada de ternura.
Mi corazón se alivió. Era Sila. Mi hermana.
Ella se acercó rápidamente, y sentí el cálido contacto de su mano sobre la mía. Luego dejó algo pequeño y redondo en mi palma.
—Es un dulce, hermana —dijo con una sonrisa en su voz.
Solté una risita suave al reconocer el gesto. Ese tipo de detalles eran tan característicos de ella.
—Gracias, hermanita —respondí, soltando un profundo suspiro. Aunque todavía sentía un nudo en el estómago, su presencia me daba paz—. Hermana, tengo que decirte algo muy importante...
Antes de que pudiera terminar la frase, sentí cómo su mano se posaba de pronto sobre mi boca. Me quedé paralizada por un segundo, confundida. No entendía por qué lo hacía, hasta que escuché su r