Minutos antes...
El edificio elegido por Svetlana no tenía glamour: una torre de oficinas a medio ocupar, a cinco cuadras de la casa de Takeshi, con alfombras desgastadas y un olor insistente a desinfectante barato. Precisamente por eso la había escogido: nadie mira dos veces un piso con cubículos vacíos y luces de emergencia que parpadean.
En una mesa larga había mapas del barrio, fotos aéreas impresas, una tableta con las cámaras que su gente había logrado plantar en postes municipales, una radio encriptada con la carcasa abierta como si fuera un animal en disección, dos termos, tazas de papel. Alexei caminaba de un lado al otro, la ansiedad transformada en pasos; Gianluca, sentado, desarmaba y armaba un Glock con una precisión que era su manera de rezar; Asgeir, apoyado en la pared, revisaba la lista de puestos y claves con un lápiz mordido. Svetlana permanecía frente a la ventana con los brazos cruzados, los aros finos de sus pulseras sin hacer ruido, el pelo recogido en una cola