La camilla ginecológica sobre la que Svetlana estaba acostada parecía una isla en medio de esa frialdad. Su cuerpo estaba tenso, su respiración entrecortada por la ansiedad y el miedo que no la dejaban. El dolor que había sentido antes había remitido, pero el pánico seguía corroyéndola por dentro, la incertidumbre la tenía al borde de la desesperación.
Dante estaba a su lado, su mano fuerte sobre la suya, aprisionándola con fuerza, como si de esa manera pudiera evitar que se desplomara bajo el peso del miedo. Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero no podía apartar la vista de ella, de su esposa, de la mujer que ahora llevaba lo más precioso que él podía imaginar: su hijo. Él estaba luchando para mantener el control, pero el pensamiento de perderlos a ambos lo estaba devorando desde dentro.
—Todo va a estar bien —le susurró, con voz grave, pero temblorosa.
Svetlana le sonrió con esfuerzo, pero la angustia en sus ojos era imposible de ocultar. De repente, la puerta se abrió