El sol aún no había salido. La casa aún dormía. Pero Svetlana se removió entre las sábanas revueltas, con una mueca de incomodidad en el rostro. Despertó con esa necesidad imperiosa que rompe el sueño más profundo y se levantó a tientas. Caminó descalza por la habitación silenciosa y fue al baño.
Al volver, sus pasos apenas crujieron sobre la madera pulida. Y sin embargo, bastaron.
Dante, medio dormido, percibió su aroma antes de abrir los ojos.
Ese aroma…
Dulce. Íntimo. Inconfundible.
El olor de ella.
Su cuerpo reaccionó sin permiso, sin necesidad de estímulos adicionales. Una sacudida involuntaria recorrió su bajo vientre y sintió cómo su miembro despertaba con fiereza, como si hubiese estado esperando solo eso: su presencia.
Abrió los ojos y la vio acercarse. Cabello suelto, piernas desnudas, mirada somnolienta. Ella no se percató de la tormenta que ya se formaba en él. No hasta que él se incorporó en la cama y la tomó por la muñeca con fuerza controlada.
—Vuelve aquí —murmuró con