La sala de operaciones improvisada estaba sumida en una penumbra tensa. Sobre una mesa larga, tres laptops abiertas mostraban transmisiones en directo de los drones que orbitaban, desde hacía días, en los alrededores de la propiedad más escurridiza de Calabria: la Villa Bellandi. No se habían acercado más de lo necesario, sabiendo que cualquier intento de irrumpir en el perímetro con cámaras fijas o sensores terrestres sería un suicidio.
Riccardo se inclinó sobre uno de los terminales, ajustando la resolución de una de las cámaras aéreas. Desde el cielo, a unos trescientos metros de altura, el dron estacionario mostraba la silueta imponente de la mansión rodeada por muros antiguos y vegetación densa. Una camioneta blindada negra acababa de cruzar uno de los accesos laterales. La acompañaban dos hombres armados, bien entrenados, con pasos perfectamente sincronizados.
—Es la tercera vez que entra una en lo que va del día —dijo Riccardo, sin apartar la vista del monitor.
Luca Versano est