Capítulo 120

Una niebla espesa cubría las calles adoquinadas de los barrios bajos de Moscú. El humo del tabaco, la suciedad y el miedo se colaban en las rendijas de los muros húmedos como si fueran viejos espíritus regresando a casa.

—Te digo que lo vi, Arkady... —susurró un hombre con el rostro cubierto de cicatrices, mientras dejaba caer un trago de vodka barato en su garganta—. Vi al puto Bellandi. Con mis ojos.

Estaban en el sótano de un club clandestino, bajo la fachada de una ferretería abandonada. La música era lejana. La verdadera orquesta eran los murmullos.

Arkady se rió, una carcajada sin alegría que rebotó en las paredes.

—¿Te estás escuchando? ¿Sabes lo que estás diciendo? Ese hombre murió. Hay videos. Funeral. Su gente llorando.

—No... no, escúchame. El que vimos allá, ese... era otra cosa. No hablaba. No sudaba. Tenía la mirada de alguien que ya no pertenece a este mundo. Arrastró a Nikolai Petrov como si fuese un perro moribundo.

Un silencio cayó de golpe.

Incluso el bartender de
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