—No te preocupes, Vero —le respondió él con una sonrisa confiada—. Si tienes el certificado de nacimiento, lo demás es sencillo.
—Lo tendré —aseguró ella, aunque por dentro rezaba para que Camila cumpliera con su parte.
Lía, por su lado, vivía entre la angustia y la esperanza. Cada día despertaba con el miedo de que todo se descubriera, pero también con la ilusión de ver a Lucía reconocida legalmente como su hija. Cada vez que cargaba a la pequeña y la veía sonreír, se convencía más de que la mentira valía la pena.
Pero nada en la vida de Lía podía ser tan fácil. Una tarde, Camila llegó con el ceño fruncido.
—Tenemos un problema —dijo con seriedad—. El hospital exige una firma médica y un registro en sala de partos. Si alguien empieza a revisar a fondo, se darán cuenta de que esa niña no nació aquí.
El silencio golpeó a las tres amigas como una piedra. Verónica se llevó las manos a la cabeza y Lía sintió que el piso se le movía bajo los pies. Todo su plan podía desmoronarse antes de e