Capítulo 62: Lía Ramírez.
Durante los meses de recuperación, Dayana se encargó de convertir ese recuerdo en veneno.
Le repetía, una y otra vez, que Lía no había sido más que una interesada, una mujer sin principios que se había acostado con otros hombres mientras él se debatía entre la vida y la muerte.
“Una zorra”, llegó a decirle más de una vez, con esa frialdad venenosa que la caracterizaba.
Jorge intentó creerle. Quiso convencer a su corazón de que era mejor así, que debía odiarla para poder seguir adelante.
Pero no pudo.
Cada vez que cerraba los ojos, la veía.
Cada vez que el dolor de la cicatriz lo despertaba en mitad de la noche, recordaba sus manos, su voz, el modo en que ella lo hacía sentir vivo.
Lía seguía allí, aferrada a su alma, a su cuerpo, a su memoria.
No sabía dónde estaba ni qué había sido de su vida, pero su deseo de verla crecía cada día.
Era un impulso imposible de contener, una necesidad que ni el tiempo ni la distancia habían logrado apagar.
Sabía que, tarde o temprano, tendría que