La noticia la dejó sin aliento. Por un instante, el mundo pareció detenerse. ¿Qué pasaría con su vida ahora? ¿Cómo enfrentaría un nuevo hijo, con tantos problemas encima?
Pero luego respiró hondo. No podía derrumbarse otra vez.
Ya había pasado por demasiado para seguir martirizándose. Esta vez decidió tomar fuerza del desconcierto y seguir adelante, sin miedo, sin lamentos, aferrándose a la idea de que la vida, de algún modo, siempre se abría paso.
Ahora su mente era un torbellino.
Pensaba en su embarazo, en ese hijo que llevaba dentro, fruto del hombre que amaba. Pensaba también en Lucía, su pequeña, que aunque ya estaba mejor, debía continuar con los controles médicos de manera regular.
Esperó horas allí en la clínica, quería saber qué había pasado con el señor Nicolas Cancino. Hasta que un médico salió del área de urgencias con el rostro serio.
—¿Usted es familiar del señor Cancino? —preguntó.
Lía dudó antes de responder.
—No… pero lo conozco. ¿Está bien?
—Está estable por ahor