Alexander había ordenado que abastecieran la pequeña cocina del yate con algunas comidas fáciles de preparar. Su plan era pasar un día tranquilo junto a su ahora esposa. Ella no había querido una luna de miel; podía entender sus razones y estaba bien con eso. Haría de todo por que ella se sintiera bien a su lado.
Pero de seguro que Alexander jamás imaginó lo que sucedería a continuación.
Él sintió los brazos de Ariadna rodearlo por su cintura. No se lo esperaba, pero no demostró su sorpresa. Él sonrió y la miró sobre su hombro.
Lo que él iba a decirle murió en su boca en cuanto ella coló sus manos por debajo de su camiseta. Sus manos estaban frías. Las deslizó sobre su marcado abdomen de abajo hacia arriba y viceversa. Él hizo un esfuerzo por no gemir.
Alexander tomó sus manos deteniendo sus movimientos. Lo estaba torturando y su cuerpo ya empezaba a reaccionar a sus caricias.
Se aclaró la garganta.
—Te serviré café —musitó él tratando de hablar con claridad.
Ariadna se paró frente a