Jessica se quedó debajo del agua por un largo rato. Ni el agua fría podía apagar el fuego que él había dejado en su cuerpo con sus besos y sus manos en cada parte que la tocaron, incluso sus palabras la habían provocado de una manera que nadie había tenido el poder de hacerlo. Se negó a acariciarse ella misma para aliviar un poco el deseo que la estaba consumiendo, nunca lo había hecho y no iba a empezar ahora. Aún tenía el control o al menos eso esperaba.
En su vida había tenido algunas aventuras, tomaba todo el placer que podían otorgarle y eso era todo. Ni siquiera le gustaba compartir su cama con nadie mientras dormía. Tampoco tenía la necesidad de ir en busca de una aventura, ellos venían hasta ella, y solo tenía que elegir.
«¿Y si solo tenía sexo con él?»
—NO —dijo descartando la idea de su mente tan rápido como apareció. Dejó de torturarse y terminó su baño. Bajó a la primera planta, ahí la esperaban Alexander y Ariadna para cenar.
—Madre, escuché que recibió un obsequio.
—¿Obs