Melissa no sabía si era la cena, el vino sin alcohol o esa forma en la que Bruno parecía mirarla como si pudiera adivinar todo lo que pasaba por su cabeza. Pero sentía el corazón latirle más fuerte de lo normal. Cada gesto de él, cada pausa, cada palabra dicha con voz baja, le revolvía algo dentro.
Cuando terminaron de comer, Bruno se levantó, y le ofreció el brazo. Ella no supo porque le resultó extraño, porque pensó que aquí se acababa todo.
Pero parecía que él tenía otros planes.
—Déjame mostrarte un lugar —ella tomó su mano sintiendo la electricidad en sus dedos, y caminó con él saliendo del restaurante y le abrió la puerta de un auto lujoso.
Se metió con ella y el auto ando por las calles de Lisboa, mientras Melissa y su mente se debatían ante su éxtasis.
—¿Te pasa a menudo eso de pelear contigo misma? —preguntó Bruno, haciendo que sus pensamientos se dispersaran.
Entonces ella sonrió.
—No —respondió ella—. Solo cuando estoy frente a hombres misteriosos que aparecen en un club, m